Sesión golfa

¿Hay alguien? Porque estoy sola en esta sala. Igual me he confundido… 

Sea como sea, esperar de pie no tiene sentido ni hará que empiece antes la película. 

Mi tío siempre decía que las butacas perfectas son las de la sexta fila, centradas con la pantalla. Ea, pues aquí me siento. 

Al tito no le faltaba razón: estoy a la distancia perfecta para sentir los graves y meterme en el filme sin dejarme la vista. Aunque la inmersión depende de la capacidad de cada quien de suspender su incredulidad, más la de ignorar a los que vienen al cine a rumiar palomitas. Ojalá no me toque al lado uno de esos.

Pero ¿en qué momento decidí venir a ver una película? ¿Qué echan, y a qué hora? No solo soy la primera que ha llegado; también tengo la sensación de que seré la única. 

A saber si me he muerto y esto es un limbo cinematográfico. Raro me parece que la pantalla se ilumine justo al pensar eso, y que además muestre un montaje de momentos insustanciales de mi vida en los que no recuerdo que nadie me grabara. Un trayecto en metro, una siesta en primero de infantil, una visita del geriatra. Uy, y ahí, en medio del montaje, un momentazo en la cama; quien me haya seguido lo grabó todo, lo bueno, lo malo, lo feo, lo épico y lo erótico. Y lo aburrido, más que nada.

Este purgatorio puede convertirse en un infierno si no cojo las riendas de la proyección. Parece que me basta con pensar una pregunta para ver la respuesta en pantalla, así que intentaré que mis dudas solo admitan una contestación reparadora o simpática.

Vamos allá. ¿Cuál fue el momento más feliz que viví? 

Pues sí, ese mismo fue: el parto ha sido convenientemente editado, pero el montador dejó el instante en que me pusieron a mi hijo en brazos. Joder, y ahora me toca aguantar con dignidad el resto de la cinta. Quién me habrá mandado a preguntar esto, sabiendo que el día más triste vino meses después, ante una cuna en perfecto silencio. 

Mejor aprovecho para preguntar absurdeces cuyas respuestas no duelan tanto. ¿Cuántas veces follé? La friolera de cuatro mil doscientas veinticuatro veces, según me informa la pantalla en números rojos, sobreimpuestos a lo que parecen descartes de cine X.

¿Y cuántas veces hice el amor? Mil trescientas una veces. Muy pocas. Demasiado pocas.

Venga, otra oportunidad para las preguntas insustanciales, que debo mitigar el riesgo a descubrir tarde todo aquello que no hice, que no supe hacer, o que me arrepiento de haber hecho. ¿Cuál fue la mejor tarta que probé? Mira tú por dónde; no recuerdo ni esa cafetería, ni ese vestido, ni ese moño horrendo que me hizo mi madre, ni ese pie de limón que parece tener tan buena pinta. Pero lo doy por cierto y me relamo. Una pena.

Ni idea de cuánto tiempo tengo para hacer preguntas sobre mi propia vida antes de disolverme en el todo o en la nada (lo mismo da). Tampoco sé cuál es el propósito de todo esto. Debería intentar averiguar algo de provecho (para una muerta; qué ingenua). 

¿Qué me espera ahora? ¿Lo he hecho bien, o me tocará volver allí en algún momento? ¿Los que se quedan serán felices? Nada, me quedaré sin saberlo. A buena hora han decidido abortar la sesión. Aunque la culpa es mía, por haber esperado demasiado de un filme sin director. 

¿Cuántas veces me corté las uñas? Cinco mil sesenta y siete veces; para esta chorrada sí que habla la pantalla. Qué vergüenza... Y qué tontería: a saber para qué me arreglé tanto si iba acabar follando mal y poco. 

¿Quién habló peor de mí a mis espaldas? Hay un empate técnico, al parecer. De uno me lo temía; de la otra no. Debe de haberse despachado a gusto, la cabrona…, como para hacerle la competencia a un ex de los malos. Lo irónico es que no me acuerdo ni de cómo se llamaba mi compañera de piso. Martina, eso es. Gracias, pantalla. 

¿Existen los extraterrestre? Que sí, dice. ¿Y Dios? Como que no. ¿Y quién me quiso más? 

Uy, esto no me lo esperaba. Mi madre no sé, pero mi padre hizo méritos y aún así no llegó a la primera posición. ¡Quién me iba a decir que mi tío le iba a robar protagonismo!

Ojito, que yo también lo quise, pero... Joder, momento Cinema Paradiso. ¡Mi dignidad! ¡Yo no quería llorar! Ahí está mi tío, llevándome de la mano hasta este mismo asiento en un cine lleno, señalando la pantalla, tan joven, siempre tan soltero, sonriendo. 

Ay, y ahora mocos… o ectoplasma, qué sé yo. Qué fastidio. 


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